miércoles, 14 de febrero de 2018

Nada más dulce que el deseo en cadenas


“La historia se repite. Es uno de los errores de la historia”.
Charles Darwin

Hace más de cuatro años leí una nota en los periódicos que, inicialmente me llevó a pensar que sus conclusiones, eran, como mínimo, exageradas. El ser humano miente durante el día, un promedio entre cuatro y diez veces. En el mejor de los casos, habremos utilizado entre mil quinientas y tres mil falsedades en el año. Durante unos días, posteriores a aquella lectura, pensé en que manejaron la noticia de una manera extrema, pero de a poco me detuve a observar mis propias actitudes, y encontré un sinfín de esas mentiras piadosas o ocultamientos, como decir que estoy bien cuando no lo estoy, de escuchar a gente de mi entorno que se estaba embarcando en varios proyectos, cuando en realidad todos sabemos que apenas se tratan de tiros por elevación o proyectos que no tienen proyectos, solo una idea que sobrevino una mañana y en vez de darle forma, trabajo y proyección, ya la venden como proyecto, por el simple hecho de que ser emprendedor vende, o por último me sonrojé al comprobar que mentimos para agradar o cuidar una supuesta imagen. Y pasados todos estos años, siento que gran parte de la historia de la humanidad está montada más sobre mentiras que sobre verdades. Y maldigo el momento en que mi afán lector me puso frente al razonamiento de aquella historia.


Y llevamos meses analizando conceptos como post verdad o fake news, ambos vinculados con un error de interpretación, si no queremos denominarlo lisa y llanamente como mentiras. Las fake news se puede denominar a toda aquella tendencia falsamente descriptiva, que persigue el fin de manipular sin importar su propósito. Y como estamos viviendo en el siglo de las liviandades, nos escandalizamos o indignamos como si se tratara de una nueva prédica de nuestra raza. La verdad es que, si analizamos los momentos trascendentes de nuestra evolución, no hay libro de historia que no incurra en varias de estas fake news. El problema de estos mortales tan livianos del día de hoy es que viven en una sociedad supuestamente informada, pero en realidad, son pocos los que se informan. Pero, para confirmar con tristeza que no se trata de un problema producto de lo superfluos que estamos siendo, tenemos a todos aquellos intelectuales de siglos anteriores, que también han sido manipulados descaradamente para defender causas prefabricadas. La mentira nos envuelve a todos.

El lugar ideal para acampar con la mentira parece ser las redes sociales. Los usuarios, ante la posibilidad de desarrollar sus propios contenidos, optan por vender o exaltar una vida seudo perfecta, aún a sus propios cercanos y amigos. A través de sus muros, con la mejor de todas las fotos conseguidas, nos jactamos de lo lindo que es vivir y la fortuna con la que contamos por formar parte de esa vida esplendorosa, que todos anhelan alcanzar. Fotos, videos o frases, inundan las redes para mostrar el bienestar, felicidad o grado de realización o compromiso en la que nos hallamos envueltos. Manifiestos de compromiso y amor que, tal vez, reflejamos en una red social no solo para la persona a la que nos dirigimos, sino al resto de nuestros contactos, para que presencien como amamos o como lo decimos, cuando en el cara a cara, no somos capaces de manifestar ni un cuarto de esos contenidos.

Hace unos años, un buen amigo se dedicaba todos los días a publicar en su muro personal que salir a correr diez kilómetros diarios le rejuvenecía o le había cambiado la vida. A esa foto -donde nunca aparecía él sino el camino hacia delante- le agregaba frases de libros, poemas o consejos sobre el saber vivir, que me llevó con cierto enojo a consultarle si era verdad que se había convertido o no. Resultó ser una trola más en su dilatada trayectoria, pero su contestación me dejó pensando: las redes sociales son una mentira y esta es la manera de desenvolverse en ellas. Mi primera conclusión es que las redes tienen miles de funciones, tal los miles de personalidades de los millones de seres en el planeta. Existe mucha creatividad en ella, es destacado la función social que muchos desarrollan, pero en un gran porcentaje, habita gente como mi conocido. Para mi amigo, las redes resultan el lugar ideal para mentir porque su esencia es la de engañar, y creyó encontrar el medio idóneo, cuando en realidad, su farsa habitual de no madurar o centrarse le permitió expresarse como lo es habitualmente, en estas redes masivas.

Lo que las redes sociales han ido generando en estos últimos tiempos, además del auto engaño, es la frustración o angustia que sienten algunos usuarios al compararse con aquellos que se muestran en las plataformas como exitosos o de vidas placenteras eternas. Arrastramos una tendencia a compararnos con los demás, y ya nos resultaba cruel observar revistas como “Hola”, como para ahora sentir desengaño ante la esplendorosa vida que lleva esa persona amiga, que en el fondo considerábamos un incapaz. Las redes sociales vienen a ser la revista “Hola” de aquel que nunca tuvo voz, y la utilizamos para distorsionar o sobredimensionar nuestras acciones, tal como lo hace el infeliz de aquel actor, empresario, modelo, duque o rey, que nos muestra una fachada presuntuosa para ocultar su escasas luces o vida interior. La era digital ha hecho masivo algo que antes estaba limitado a nuestro circulo bien cercano, porque la comparación siempre ha sido odiosa y todos hemos tenido vecinos, amigos, primos o cuñados con casas super lujosas, coches descapotables o hijos espléndidos con notas sobresalientes, que nos han saturado de envidia y mala predisposición, hasta el extremo de sentir algo de alivio cuando les ha tocado descender al fango de los mortales.

Las redes se han masificado con expresiones distorsionantes de la realidad. Un community manager suele ser aquella persona, que más que informada, tiene el temple necesario para nunca perder la compostura para dar siempre o casi siempre, respuestas ambiguas -y amigables- que dejen bien parado la marca o firma a la que representa. Ahora le sumamos la existencia del influencer, que es aquella persona que cuenta con cierta credibilidad sobre temas concretos, con presencia e influencia determinada en las redes para convertirse en un prescriptor más que interesante para una marca o firma. Son los hoy llamados lideres mediáticos. El problema, es que, para ambas figuras, tantas veces se utiliza al desenvuelto antes que al preparado, entonces sus mensajes, respuestas, consejos u opiniones, pueden no reflejar el concepto de transparencia que se creyó perseguir al generarse estas funciones. Otra vez la impostura del ser humano al aplicar los contenidos existentes.

Lo que ha cambiado es la plataforma utilizada. Internet ha propiciado el acceso ilimitado para generar o manejar información, multiplicando el alcance de los internautas que compiten por el monopolio de la información, que antes solo ostentaban los grupos mediáticos. Esto generó nuevos hábitos de lectura, que tal vez han reemplazado el concepto de lectura -vinculado a un razonamiento- por el de leer por encima como si se tratara de un chimento. De ahí la sensación que sostenemos de que todos podemos opinar de todo, aún sobre cosas que hasta antes de abrir la boca, desconocíamos su existencia. En mi caso personal, mis opiniones aquí mentadas no son producto de una actividad profesional, sino simplemente un reflejo de una permanente observación sobre temas que trato de entender y para poder cuestionar, debo profundizar. Y vaya paradoja, para intentar alcanzar algún grado de absurda masividad, publicito con mi mejor cara de buen amigo en aquella red social que critico las veces que puedo. Indudablemente, expongo mi vida privada sin fotos o videos, pero sí con un montón de letras perdidas...

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