jueves, 21 de septiembre de 2017

No vuelvas, estaré a un millón de años luz de casa

“Puede que la vida fuese difícil durante un tiempo, pero aguantaría el tipo, porque vivir en un país extranjero es una de esas cosas que todo el mundo debería probar al menos una vez. Yo pensaba que eso te completaba, puliendo los ásperos bordes provincianos y convirtiéndote en un ciudadano del mundo”.
David Sedaris – Escritor, humorista y comunicador estadounidense.
Su sola referencia le concede a veces carácter enigmático; todos guardamos memoria de ese personaje atípico en nuestro barrio, que, de diferente, recibía siempre la calificación de extranjero. No siempre son extravagantes, no tienen por qué responder a un estereotipo de aspecto excéntrico, aunque nos acerquemos a él porque nos pica la curiosidad de quizás, conocer otras maneras de vivir, de pensar, de sentir, de ser, en definitiva de confirmar el tópico o estereotipo del viajero o ciudadano forastero. Lo extraño de ser extranjero quizás radique, para algunos, en una metáfora de la experiencia antropológica en donde el hombre se ve arrojado en un mundo que no ha construido.


Por eso habrá gente que no conciba que alguien se vaya de su tierra, aferrándose al concepto “suelo” como si fuera una pertenencia o legado indispensable, una señal que defina una curiosa capacidad de profesar un nacionalismo, una identidad. El extranjero puede que habite una casa que no sea suya, pero tantas veces se identifica más con el lugar en donde eligió experimentar un cambio, y de manera más consecuente que aquel que es de toda la vida, y pregona de ello. En algún momento de nuestro desarrollo, el hombre se suele preguntar que hace aquí o donde está su lugar. Lo que sucede, es que a veces el extranjero, ya sea por necesidad o por convicción, se anima a intentar responder tamaño interrogante. Y tantas veces, al saber tomar distancia, puede razonar sin tantas interferencias.

No es fácil la calificación de extranjero, más si lo limitamos a nuestro lugar de residencia. Albert Camus buscó plasmar en el ensayo universal que denominó casualmente, “El extranjero”, la idea de incapacidad que trasmiten ciertos mortales, en participar de las emociones que los demás de su entorno cercano si sienten, viviendo onanistamente su propia vida con la remarcada indiferencia más absoluta hacia las vidas cercanas. El libro de Camus nos acerca a la necesaria reflexión de encontrarle un sentido a la vida, a un “extranjero” de la sociedad, aquel que, con una permanente sensación de aburrimiento, muestra su insensibilidad y parte de su inhumana condición. La enorme novela de Camus nos plantea una tendencia que no detiene, la del hombre indiferente, resignado, solitario, carente de emociones y valores que nos acerca cada día más al peligroso desconocimiento de no saber discernir que está bien y que está muy mal. Quizás vinculando el concepto a Camus, se puedan asociar las raíces de las palabras extranjero, extraño y extrañar, como si estuvieran aunadas.

Por qué un extranjero suele extrañar su pasado, su lugar, su gente, su rol. A pesar de cambiar de ámbito por una meditada decisión, el tránsito no suele ser fácil y tantas veces se puede sentir una especie de arrepentimiento por la movida generada. Sin perder de vista que la nostalgia y la ansiedad distorsionan la perspectiva, tantas veces un extranjero no solo extraña a su familia, sino que muchas veces se extraña a sí mismo, a aquel que era o le dejaban ser en otros tiempos, en otra tierra, en otra lengua, en otra cultura. Cuando un extranjero extraña pasa por cambiantes estados de ánimo, capaz de sentirse orgulloso por esa portación diferencial de ser considerado distinto, a pasar a sentirse aterrado, indefenso o deprimido por no poder ser aquel que era, aunque no fuera feliz ni completo en muchos momentos.

Y somos extraños los extranjeros, siendo la primera vez durante este texto que recuerdo mi condición de foráneo en estas tierras del País Vasco. Somos extraños porque si bien nosotros mismos sabemos que estamos experimentando ser otra cosa de lo que éramos, los demás que nos rodean en nuestro nuevo entorno no disciernen que estamos cambiando y ya, por ser nuevos nos ven más extraños, de lo que ya nos sentimos. Somos extraños porque conservamos costumbres o conceptos que no existen en nuestro nuevo territorio, pero por el milagro de la memoria, mantenemos, necesitamos y respetamos. Somos extraños porque si bien nos acostumbramos a un nuevo uso horario, en nuestros móviles mantenemos la hora de nuestro país, para saber en dónde estarán nuestros seres que eran hasta hace tiempo, además de queridos, cercanos. Somos extraños porque por más que unos sean más desenvueltos o desprendidos que otros en los recuerdos y añoranzas, todos sentiremos en determinado momento, que tenemos dos vidas bien diferenciadas. Somos extraños porque para muchos representamos un contraste, porque cuando nos ven sufrir no logran comprender porque hemos escogido este destino. Somos extraños para los demás, pero también para nosotros mismos. En un lugar y otro somos extraños, en ninguno somos lo que fuimos, aunque se parezcan.

A veces le reprochan al extranjero esa exposición que su movida genera, porque muchos sienten cada tanto que el país propio muchas veces deja de ser el país apropiado, y prosiguen a pesar del desconcierto. Al mismo tiempo, les suelen reprochar la decisión tomada, seguramente porque la pudieron tomar, eso sí, nadie suele tener en cuenta el resultado, ya que el imaginario colectivo cree que les va bien y lloran o se quejan para disimular lo bien que les va. Quizás por eso sean extraños, porque una simple decisión, acertada o no, abre la posibilidad de que cualquiera les juzgue, como si fuera una obligación o necesidad. En tantos años nunca se me ocurrió juzgar a aquel que me ha dicho más de una vez: “si pudiera me iría a la mierda”, y no se han ido, pero por esos extraños designios nos pueden llegar a juzgar por habernos ido de nuestra patria sin hacer ruido ni juramentando. Terminando de leer la última novela de Cercas, recuerdo una frase que cita a menudo David Trueba: "Yo a mis amigos no les cuento mis penas: ¡Qué les divierta su puta madre!

Tal vez, el hombre es un extranjero para sí mismo y en su relación con los demás, tal vez es la esencia de la condición humana. Somos extranjeros de un mundo que nos procede, y al que habitamos en un momento específico que pasa a ser nuestro, aunque tantas veces se sienta que la historia ya está escrita por los precedentes, por los condicionantes, por las ideologías. El mundo no es nuestro, pero el mundo nos necesita para continuar evolucionando, para poder cambiar cada tanto. No podemos despegarnos del rastro que nos precede, que nos confirma que otros extraños han pasado antes y que, de un modo, determinan nuestra vida. Desde este punto de vista filosófico, estamos condicionados por los extranjeros que forman nuestro entorno y muchos de ellos responden a un árbol genealógico. Somos fruto de relaciones sin relaciones, pero que condicionan y mucho.


Con el paso del tiempo, es ideal que el extranjero se adueñe de “mi” otra parte. Aquí seré el "pibe", allá el "vasco". A la hora de calificar a un extranjero, el primer calificativo que aparecerá será su nacionalidad, con lo positivo o peyorativo que encierre su tópico. La filosofía continuará debatiéndose en esa lucha entre los modelos de identidad y los modelos de la diferencia. Retornando a Camus y su novela, el hombre está siendo continuamente creado y las sociedades se están olvidando del individuo y de un sentido de la pertenencia. El extranjero suele ser interesante, porque lo distinto debe ser interesante. En el tiempo de la multiculturalidad, debemos recuperar la pasión por el ser humano, la ilusión, la esperanza y el sentimiento que rige nuestras vidas. Extranjero, extrañar y extraño, las mismas raíces para contener las definiciones irracionales y la filosofía del absurdo, aquella que a veces culpa al extranjero de que uno nunca pueda llegar a ser el distinto… 

No hay comentarios:

Publicar un comentario