domingo, 4 de junio de 2017

Casi sin querer estamos en camino entre los espejismos

“Me gusta tanto que no me gusta que le guste a otras personas. Es un amor, así, celoso.”
Jorge Luis Borges

Las lenguas cambian, y el proceso puede ser tan lento como apresurado. Casi que aprendemos a hablar sin darnos cuenta, nuestro entorno familiar inmediato focaliza su atención en discernir si nuestra primera palabra es una palabra, o si continuamos nuestros balbuceos de bebés. Así nace el proceso comunicacional con el lenguaje. Nos cuesta hablar, pero apoyados en la imitación, vamos hilvanando palabras sueltas que pueden obtener un significado. En este arte, quizás reside uno de los encantos del desarrollo e interacción de un bebé. Pero cuando de jóvenes o adultos retornamos al balbuceo y a la economía de palabras como tendencia de moda promovida por las redes sociales, no parece encantador. Al menos para los que peinamos canas, la ortografía es materia de filólogos o bien hablados. La tónica es la reducción, para hacer más simple la comunicación y más popular. ¡Vamos a discutirlo!


Para muchos, la lengua es el soporte de la convivencia. Es un hecho social que condiciona la vida de las comunidades, al tiempo que moldea la base cultural que permite agilizar o justificar parte de una civilización. Nos corregíamos permanentemente ante el error ortográfico o en la construcción hablada. Incorporábamos modismos televisivos o nuevas costumbres sociales, pero siempre regresábamos a la cohesión lingüística que nos permitía entendernos. Hasta que, en un momento, la situación nos desbordó y para un hispano hablante, por ejemplo, la situación se convirtió con naturalidad en algo too much…

Si el problema hubiera sido el incorporar terminología anglosajona, lo hubiéramos podido superar. De hecho, los siglos XVIII y XIX estuvieron influidos por un léxico de origen francés, que supuestamente nos sofisticaba. Pero es verdad que en la década de los noventa escaldaba que alguien que estuviera casi sin tiempo físico para acometer sus tareas, dijera que estaba a full; era difícil encontrar a alguien que te pidiera perdón, el sorry sonaba a disculpa insulsa y no sentida; ya no existía goleador que en una jornada notable volviera a casa con tres goles como estandarte: regresaban con un hack trick. En el trabajo ya no discutíamos ideas para desarrollar proyectos, la palabra idea abrumaba porque obligaba a la grandilocuencia, entonces desarrollábamos brainstorming o lo castellanizábamos como “tormenta de ideas”, quizás porque acumulábamos percepciones para desarrollar o porque ya sospechábamos que tener una idea solo era a través de una tormenta civilizadora. Sonaba como el ocaso de la comunicación el incorporar o interaccionar con otras lenguas. Pero parece que se sobrellevó too easy. En definitiva, somos una especie elástica e intercomunicada donde la mayoría importa vocabulario y estilos de hablas de las lenguas que consideramos de elite. Para algunos era motivo de enriquecimiento. Yo sigo detestando que alguien este “a full” cuando se le acumulan las actividades. Sigo cerrando mis oídos ante los frívolos parlantes, porque si en el XVIII incorporar terminología francesa nos aparentaba sofisticados, el inglés lo usamos para vulgarizarnos, para confirmar que somos iconos solamente para el comercio y consumo.

El uso ilustre de la lengua es minoritario, pocas veces ha prosperado. De pequeño, digamos de estudiante secundario, ridiculizaba a Jorge Luis Borges por el simple hecho de que yo sentía que él nos ridiculizaba o subestimaba al utilizar un idioma tan variado, tan rico en matices o contenidos, pero que en definitiva no estábamos preparados no solo a repetirlo, sino a comprenderlo. El ridículo quizás era yo, o mi maestro que incluía a Borges en el currículo de literatura de tercer año como forma de entender la importancia del buen hablar. La lengua de los diccionarios, la aplicación actualizadora de los miembros de las academias suele no prosperar, apenas es prescriptiva. Los diccionarios académicos son acumulativos, ya que cada generación aumenta el vocabulario. Pero ese aumento se amontona en ediciones que ya nadie compra. En la calle se comprueba que ese aumento en realidad es cruel reducción, y más efectiva si es abreviada a niveles guturales.

E irrumpieron las redes sociales y los jóvenes nos dejaron en paños menores. Ya no hay tiempo para ahondar en detalles, de hecho, una particularidad que me llamaba la atención en 2002, al arribar a este país es que mi interlocutor al comenzar a departir sobre un tema en general, decía una frase introductoria y al llegar al meollo de lo que me iba a conversar, lo cerraba con una palabra comodín que era “y tal y cual”. Hoy, una década después es habitual que te dejen incompleta la historia con una simplificación aún mayor que la mencionada, ahora muy sueltos de cuerpo te dicen “y tal”, como si con ese tal estuviera todo dicho, todo comprendido. Pero eso no es nada comparado con los mensajes que inundan nuestros jóvenes en la red. La mínima expresión para una supuesta rápida comunicación. Y también nos adaptamos, el animal de costumbre es cada vez más animal. A nuestro alrededor nos sitian no más de doscientas palabras, estamos convirtiendo al vocabulario en una especie en extinción o en una ciencia breve que cree ser concreta.

Y los jóvenes utilizan el argot -por llamarlo de alguna manera- en la casa, en el club, en el trabajo, en la universidad, en síntesis: en todo momento y lugar, salvo aquellos que entienden que en cada situación no se puede aplicar la uniformidad que vamos experimentando en crescendo. Algunos son capaces en una entrevista de trabajo, contestar ante un requerimiento de aficiones, con un simple: sin más. Pueden escribir mensajes cortos donde no se utilicen más los signos de puntuación porque los dan por entendidos. Se olvidan de las haches, porque son mudas y no aportan a la brevedad necesaria. Se usa con abuso la K, letra que antes tenía poco movimiento, pero ahora es la síntesis de la sintaxis.  Es exponencial el cambio del uso ortográfico y parece peligroso, ya que el abuso ha instalado la sensación de que todos debemos usarlo para que nuestros mensajes sean leídos y captados, y esto determinará que el imaginario considere natural estos usos y, por ende, correcto.

Algunos defensores de la juventud aseguran que hoy en día se lee como nunca entonces. Porque leer no es vincular con literatura, estamos todo el día en internet leyendo comentarios o foros, buscando síntesis informativa en titulares o en lo que mi generación denominaba bajada informativa. Leemos lo que se viraliza, somos capaces de llegar hasta el final de ese mensaje cutre que habla de la felicidad o de sentimientos cursis, seguimos tuiteros o tutoriales o linkeamos de forma permanente para observar lo que la mayoría observa y comparte. Lo escrito en una pantalla es distinto a lo escrito en un papel, porque la pantalla pondera un masivo alcance o impacto con una menor exigencia intelectual. Y porque está demostrado que el patrón utilizado para leer en pantalla tiene forma de F. Es decir, que no leemos linealmente, sino que procedemos a una lectura horizontal en la parte superior de la pantalla para a continuación efectuar con la mirada un segundo movimiento horizontal, mucho más corto que escanea la información para considerarla útil o válida. Es decir, que estos últimos siete párrafos escritos por mí, han sido escaneados y descartados por improductivos y penalizados por excesivos. Hoy se lee por pantallazos, no tanto por contenidos.

La vigencia de la lectura se antoja esencial para no empobrecernos de manera extraordinaria. Arturo Pérez Reverte comentó hace poco que en la lectura existe un proceso mágico que les permite vivir dos vidas: la de su día a día, y la de los libros, que le permite desarrollar la fantasía, alimentar la imaginación y fomentar la memoria. Reverte aconseja llegar a la juventud con miles de vidas vividas y mil mundos visitados. El joven culto del 2050 ha de ser distinto al de 1960. No acometerá literatura clásica, pero accederán a una forma de cultura a través de tutoriales o videojuegos, series o foros. Habrá que encontrar la manera de no perder la vinculación cultural, porque a través de ella es donde nos cuestionamos o donde creamos y crecemos. Mientras tanto, roguemos a la divinidad que nos simpatice, que la cultura hoy desarrollada por los jóvenes que parece aumentar la brecha de una manera hasta ahora universal por lo uniforme, permita que, si bien sea marginal, sostengamos una cultura no como símbolo de entretenimiento sino como el desarrollo del espíritu crítico, al menos hasta que un día, yo desaparezca de este mundo.


Acabo de recibir un wasap de un grupo de amigos, dispuestos a disfrutar las bondades de un domingo soleado. El mensaje abunda en abreviaturas y en cambios ortográficos para poner dos o más palabras en una sola. La brevedad del mensaje invita a disfrutar a “tope” el dia, y lo más factible es que cuando nos encontremos, y luego de los saludos de rigor, nos dediquemos a resumir nuestra semana en dos o tres mensajes virales o cambiar la síntesis de nuestros mensajes por un silencio que, si bien no es incómodo, denota que son ya pocas las cosas a compartir, sobre todo cuando la temporada futbolera ha finalizado. Por las dudas, en la mochila llevo un libro, ya que nadie me ha de considerar un mal educado. Por el contrario, aumentará mi fama por ser un tipo que habla largo e inadaptado a los tiempos que corren, mejor dicho, que vuelan….

No hay comentarios:

Publicar un comentario