jueves, 18 de febrero de 2016

Cuidado con Dorian Grey, el tiempo es dinero

A veces, pasamos años sin vivir en absoluto,  y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.


Oscar Wilde

La irrupción de las nuevas tecnologías interactivas y redes sociales han modificado nuestro nivel de exposición. Desde el vamos, la foto a utilizar para identificarnos, debe ser una instantánea que nos favorezca o trasmita una sensación pletórica de felicidad o satisfacción. La participación en dichas redes nos ha obligado a convertirnos en centro de atención permanente. Por eso alternamos frases, videos graciosos o emotivos, reflexiones sociales, discusiones políticas o filosóficas, anuncios, memes y fotos, muchas fotos. La mayoría de ellas personales. Ocio, vacaciones, veladas familiares y momentos con amigos nos retratan habitualmente. A esto se ha sumado la foto tomada por la propia persona, esa especie de autorretrato que se ha popularizado como selfie.


Por otro lado, me movilizó la necesidad de escribir algo sobre literatura, fin habitual de este blog, hasta que me empantané con temáticas tan densas como moral o buenas costumbres, prácticas parece en desuso. Me propuse escribir una entrada donde mencionar alguno de los autores consagrados u obras literarias de actualidad. Repasando mis anteriores intervenciones sobre letras o escritores, compruebo que he mencionado a varios de mis referentes o descubrimientos filológicos (el último en diciembre pasado menciona a Saldman Rushdie) y me vino entonces a la mente, Oscar Wilde, poeta y dramaturgo irlandés.

El acto de sacarnos fotos y compartirlas en redes sociales con el propósito de recibir valoraciones optimas sobre nuestra salud física o riqueza emocional, recordó una de las novelas más comentadas de la historia, que fue publicada en 1890 por Wilde: El retrato de Dorian Gray. Ciento veinticinco años después, la narración mantiene vigencia. Ante la rapidez de los cambios que están condicionando las actitudes de nuestras sociedades, se mantiene un hecho contundente:  a pesar del crecimiento de la expectativa de vida, el ser humano continúa envejeciendo. Y la idea de juventud eterna nos sigue obsesionando.

La belleza y la juventud son claves para abrir cualquier tipo de puertas al deleite. Sin estas dotes, a algunos le significa no tener nada. Tenerlos e inevitablemente perderlos por la contundencia del paso del tiempo, es casi tan cruel como la muerte misma. Dorian Gray lo sabía, al observar la belleza eterna de su cuadro: "Si ocurriera al contrario, si fuera yo siempre joven, y si este retrato envejeciese ¡Por eso, por eso lo daría todo!¡Sí, no hay nada en el mundo que no diera yo! ¡Por ello daría hasta mi alma!" Esa consigna es la perdición de Gray que condiciona la novela: defender la juventud y belleza al precio que sea.

La cultura de los selfies explotó en los tres últimos años. Jóvenes y adolecentes comenzaron a tomarse fotografías de sí mismos por sus propios medios, mostrando un determinado lugar, pose, indumentaria o peinado. Este fenómeno debe su irrupción a las tecnologías interactivas, especialmente móviles o smart phones, que le permiten al individuo retratarse de manera fácil con un sólo click. Las redes sociales las difundieron y permitieron la masiva imitación exponencial, y millones de personas irrumpen en su muro público para dejar testimonio de los nuevos retratos personales. En los selfies, el paisaje pasa a un segundo plano, pasa a ser la constancia de que yo estoy allí, yo soy el centro de la atención. Los selfies vendrían a ser los nuevos autorretratos de la modernidad.

En una sociedad donde se sospecha que la vanidad y la frivolidad rinden permanente culto a la belleza y juventud, los selfies se están haciendo cultura imprescindible a la misma altura que el photoshop, botox, cirugía estética o tratamientos anti edad. La metáfora que Oscar Wilde plantea en su novela refiere al precio que han de pagar nuestras almas cuando perseguimos esa ilusión de eternidad obsesivamente. Y mantiene siglo y cuarto después la duda si se puede crear una sociedad sobre la mentira y la apariencia. El retrato de Dorian Grey retrataba la alta sociedad victoriana del siglo XIX, pero como toda obra que trasciende, termina adaptándose y rigiendo cualquier época, por lo que con dolor podemos presumir que es un retrato de cualquier comunidad, sobre todo la mediática que se empecina en sostenerse sobre una hipocresía que construye sociedades débiles y mentirosas, o al menos que exageran la verdad: "... lo malo es que las gentes están asustadas de sí mismas hoy día. Han olvidado el más elevado de todos los deberes: el deber para sí mismo, son caritativas, naturalmente alimentan al hambriento y visten al pordiosero. Pero dejan morirse a sus almas y van desnudas", se deja leer en la novela.

La vigencia de la novela se debe a su temática. Nadie está a salvo del pecado de la belleza, es la cualidad que más privilegiamos entre las diversas cualidades que presenta el ser humano. Y la sociedad moderna se lucra con la disyuntiva bello - feo. Y belleza - inteligencia alguna vez se rozan. En la misma novela, el personaje de Lord Henry Wottoon presenta parte de su pensamiento: "Mira a los hombres exitosos en cualquiera de sus profesiones. ¡Son perfectamente horribles!, o "La belleza es una de las más grandes acontecimientos del mundo, como la luna del sol, o la primavera, o el reflejo en las aguas oscuras de esa concha plateada que es la luna".

Oscar Wilde aborda como nadie de aquella época de romanticismo tardío, la maldad espiritual y la fealdad física. El retrato de Dorian es la consecuencia de esos pecados, cada crimen cometido hará de la imagen del cuadro una imagen más grotesca, menos bella. Wilde encara una encendida crítica a la moral cristiana, hipócritamente afirma que decimos la verdad, cuando todo el rato mentimos y convertimos a una sociedad en desprotegida, porque finalmente nos han hecho creer que la gente ha de decir la verdad, solo por formar parte de una belleza espiritual. Nos condiciona tanto la moral, que decimos todo el tiempo que decimos la verdad, aunque no sabemos si conviene o no decirla. Wilde nos enseña al embaucador como alguien que piensa por sí mismo, libre de influencias, donde su alma no está en peligro. Son las famosas mentes calculadoras. El retrato de Dorian Gray es un delicioso equilibrio entre ficción y pura realidad.

Oscar Wilde siempre se sintió atraído por la juventud, influenciado quizás por el miedo a la vejez que decían que su madre poseía. "Envejecer no es nada, lo terrible es seguir sintiéndose joven", expresó Wilde. En aquel tiempo vender el alma al diablo se relacionaba con el desenfreno y los placeres. Hoy, quizás, esté vinculado al consumo. Ser joven o ejercer de joven aún en la etapa de adulto es factible a nivel físico, médico o psicológico. Pero todo procedimiento bioquímico, farmacológico, endocrinológico y fisiopatológico buscan por todos los caminos hacer realidad la quimera del rejuvenecimiento o recuperación de la energía perdida; pero la belleza física se termina deteriorando, tal como sucedía en el retrato y al ritmo perverso de Dorian.

"Eterna juventud, pasión infinita, sutiles y secretos placeres, violentas alegrías y pecados aún más violentos; no quería prescindir de nada. El retrato cargaría con el peso de la vergüenza; eso era todo", al pronunciar Dorian estas palabras su destino quedaría sellado por culpa y gracia de la bajeza moral en la que se instala, sin conciencia, raciocinio ni control, lo que nos hace tan humanos e imperfectos. Preparados para alternar actos buenos y malos, nuestros secretos anidan en nuestro interior guardados bajo llave que protege nuestro retrato más intimo. Oscar Wilde lo tenía muy claro, tan claro que le costó en vida el escarnio público, y de muerto, la hipócrita consideración eterna.

Desde 2013, se han publicado más de un millón de selfies por año. Pasado el furor del autorretrato narcisista, el ser humano ha aumentado la apuesta, toca el tiempo de las fotos de riesgo, los selfies extremos, una imagen en lugar inhóspito y peligroso. El riesgo de la mentira intima que metaforeando Wilde, le valió la dicha artística y la desdicha personal, hoy ha quedado obsoleta. Ya no es necesario espiar a través de la cerradura, la era del espectáculo de la intimidad permite que yo trascienda a las redes sociales con un selfie que defina mi yo, y mi imagen se complete con la mirada de los otros, y si es posible con un me gusta o comentario elogioso que multiplique mi autoimagen y estima. Si logramos ese registro completo, seremos tan eternos como esa belleza que Dorian que igualmente degradó, no con el tiempo sino con sus acciones. Las selfies ya atraviesan todas las edades, solo es necesario un dispositivo y conectividad...

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